¿Cómo sé si tengo trauma? Esta es una pregunta frecuente; no obstante, muchas personas creen que el trauma es algo que solo ocurre en circunstancias extremas: guerras, violencia, accidentes o grandes pérdidas. Pero la verdad es que el trauma no se trata solo de lo que nos sucede, sino también de cómo experimentamos y procesamos esos eventos.
El trauma no solo está relacionado con las grandes crisis. También puede ser sutil, estar entretejido en nuestra vida diaria de maneras que ni siquiera reconocemos. Puede manifestarse en microagresiones y afectar la forma en que reaccionamos al estrés, cómo nos relacionamos con los demás o incluso en las historias que nos contamos sobre nuestro valor, seguridad y capacidad de conexión con los demás.
Señales de que podrías estar cargando un trauma
El trauma a menudo se esconde a simple vista. No siempre se presenta como flashbacks, pesadillas o ataques de pánico. También puede manifestarse de formas más sutiles, como:
– Entumecimiento emocional o desconexión: Sentirse distante de tus emociones, seres queridos o de la vida en general.
– Ansiedad persistente o hipervigilancia: Estar constantemente en alerta, esperando que algo salga mal, incluso en situaciones seguras.
– Patrones de autosabotaje: Alejar a las personas, procrastinar, participar en comportamientos que impiden alcanzar tus metas o repetir patrones de conducta dañinos.
– Miedo al abandono o al rechazo: Sobreanalizar interacciones, buscar constantemente validación o sentirse profundamente herido por una aparente distancia de los demás.
– Reacción exagerada a pequeños detonantes: Sentirse desproporcionadamente alterado o ansioso ante situaciones menores, como si fueran mucho más grandes de lo que realmente son.
– Síntomas físicos sin una causa aparente: Fatiga crónica, dolores de cabeza, problemas digestivos o tensión en el cuerpo sin explicación médica.
– Complacencia excesiva: Decir «sí» a todo y tratar de agradar a los demás para evitar conflictos o situaciones incómodas y dolorosas.
Si te identificas con alguno de estos síntomas, esto no significa que estés roto ni que estés condenado a sufrir. Significa que tu cuerpo y tu sistema nervioso aún pueden estar cargando dolor no procesado del pasado, afectando la forma en que te relacionas con el mundo hoy.
Comprender el trauma a través de la epigenética y el trauma intergeneracional
La ciencia ha demostrado que el trauma no solo es algo que experimentamos personalmente, sino que también puede transmitirse de generación en generación. Sin embargo, también podemos transformar esta herencia a través de la epigenética.
La transmisión del trauma ocurre a través de dinámicas familiares, estilos de crianza y heridas emocionales no expresadas. Los niños absorben no solo lo que se dice, sino también lo que queda en silencio, heredando miedos, ansiedades y patrones de supervivencia de sus antepasados.
La herencia intergeneracional muestra que el trauma puede dejar marcas moleculares en nuestro ADN, afectando la expresión de nuestros genes. Esto significa que, a veces, cargamos con un dolor que ni siquiera comenzó con nosotros.
La epigenética es la ciencia que demuestra cómo los factores ambientales y las experiencias de vida pueden influir en la expresión de los genes sin alterar la secuencia del ADN, afectando la forma en que los rasgos se transmiten de generación en generación.
Pero así como el trauma se puede heredar, también se puede heredar la sanación. Una figura transicional es aquella persona que reconoce los patrones generacionales y conscientemente rompe los ciclos de sufrimiento, reemplazándolos con crecimiento y resiliencia.
Cuando nos permitimos sentir nuestras emociones, no solo sanamos nuestro propio dolor, sino también el de generaciones pasadas. Por eso, la sanación es tan poderosa: al trabajar en nuestro trauma, no solo rompemos ciclos en nuestra vida, sino que allanamos el camino para las futuras generaciones.
Cómo comenzar el proceso de sanación
Reconocer y aceptar que puedes estar cargando un trauma es el primer paso. El siguiente paso es decidir qué hacer con esa conciencia. Sanar no tiene que ser abrumador. Puede comenzar con prácticas pequeñas e intencionales, como:
– Autorreflexión: Escribir un diario, meditar o simplemente prestar atención a tus reacciones y patrones.
– Buscar apoyo y conexión: Hablar con amigos, familiares, mentores o grupos de apoyo puede ayudarte a procesar emociones de manera segura. También puedes buscar ayuda profesional con un terapeuta o consejero.
– Regular tu sistema nervioso: Prácticas como la respiración profunda, la atención plena o el movimiento (como el yoga o caminar) pueden ayudar a que tu cuerpo se sienta seguro.
– Reescribir tu narrativa interna: Cuestionar creencias antiguas que ya no te sirven y reemplazarlas con autocompasión y empoderamiento.
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¡Recuerda! El trauma no te define
Sanar del trauma no significa borrar el pasado; significa transformar la forma en que vive dentro de ti. Se trata de reconocer que, aunque el trauma haya moldeado tus experiencias, no te define. Tras la adversidad se esconden posibilidades infinitas de crecer y transformar tu vida.
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